Entrada escrita por Nuria Pérez Galán, profesora de Secundaria y coach Emocional por ISIE con el nº 1 de su promoción.

 No son pocas las personas que en estos días navideños, de celebración en familia, comidas, cenas y regalos terminan sintiéndose estresadas por las compras, las preparaciones y los eventos. Este tipo de estrés no es espacialmente negativo, puesto que es puntual y pasado el día 6 de enero desaparece. Pero el estrés causado por el trabajo y la actividad diaria de forma continuada es un compañero que cada vez más supone un problema para la mayoría de las personas.

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El estrés es una reacción del individuo ante una situación percibida de desequilibrio entre demandas o exigencias y capacidad de respuesta. Esta percepción produce cambios a nivel cognitivo, emocional y fisiológico.

El estrés tiene un componente positivo (eustrés) y otro negativo (distrés). El estrés positivo motiva al individuo para enfrentar las situaciones difíciles del día a día. Como tal, es un componente motivador y estimulante que produce en respuestas de lucha o huída ante un determinado problema y por lo tanto sumamente adaptativo. Por ejemplo, si tenemos una fecha de entrega de un trabajo, el estrés positivo será el que nos ayude a quedarnos una noche sin dormir y trabajando a pleno rendimiento sin percibir el sueño para poder entregarlo a tiempo. Sin embargo esta situación prolongada en el tiempo se puede convertir en distrés. De hecho, en general, el estrés suele ser negativo y produce sensaciones de presión, sobrecarga y desgaste.

Existen cuatro tipos de estrés:

  1. Estrés general. Es un estrés puntual, que todos hemos sufrido en algún momento y que se resuelve en un par de días.
  2. Estrés acumulativo. Surge como consecuencia de la exposición prolongada a un determinado/s estresor/es. Produce insomnio, malestar, cansancio, angustia…
  3. Estrés traumático agudo. Viene de golpe y como consecuencia de una experiencia del individuo a la que no se puede adaptar.
  4. Estrés postraumático. Está producido por una experiencia traumática y perdura en el tiempo.

El estrés puede ser tratado como estímulo (estresores), como respuesta o como interacción entre el individuo y el entorno. Y por tanto los procesos para disminuir el estrés pueden estar enfocados de manera distinta dependiendo de como se entienda.

Si lo entendemos como estímulo, debemos considerar aquellas situaciones que actúan como estresores. No son universales, puesto el hecho de que sean estresores o no depende también de la interpretación que el individuo haga de ellos. Por ello es importante que cada persona de forma individual pueda localizar cuáles son aquellas situaciones que le provocan estrés. Sin embargo sí que existen determinadas situaciones que de forma general son causa de estrés para la mayoría de las personas.

Si lo entendemos como respuesta, hemos de considerar que tiene varios componentes: cognitivo (qué pienso), emocional (qué siento), conductual (cómo actúo) y fisiológico. Según esta perspectiva, lo importante no es el estresor, sino la respuesta.

Finalmente, si lo entendemos como interacción entre el individuo y su entorno, lo importante no son el estímulo y la respuesta aisladamente, sino la interpretación que el individuo hace de ese estímulo y su forma de enfrentarse a él. Al conjunto de técnicas de afrontamiento de las situaciones de estrés desde esta perspectiva se las conoce como coping.

El coping es la forma en el que el individuo aprende a manejar las discrepancias entre demandas y respuestas, para lo cual es necesario la puesta en marcha de nuevas conductas y la regulación emocional.

Cuando existe una posibilidad de reducir las demandas o de aumentar los recursos disponibles para satisfacerlas se pueden utilizar técnicas centradas es el problema para reducir el estrés. Aquí encontraríamos las múltiples herramientas de gestión del tiempo y de las tareas que fácilmente podemos encontrar en cualquier texto. Sin embargo, cuando no se puede cambiar el estresor, la técnica adecuada es la del coping centrado en las emociones.

Y si nos centramos en las emociones, ¿cuál es la emoción que está detrás del estrés? Pues generalmente el miedo. Por lo tanto cualquier proceso para reducir el estrés desde la gestión emocional ha de estar encaminado a ganar en seguridad y confianza en nosotros mismos.

Para ello es importante localizar aquellas creencias limitadoras que hacen que percibamos que no somos capaces de responder adecuadamente a aquello que se nos demanda y encontrar aquellas necesidades que no están siendo cubiertas y que están provocando esa emoción.

De hecho, en ocasiones el problema surge cuando las demandas propias chocan con las de los demás y se produce un desequilibrio. Muchas veces se resiste demasiado tiempo sin satisfacer las propias necesidades para satisfacer las necesidades del entorno.

Sin embargo estamos de enhorabuena. Porque aunque las situaciones de estrés son complicadas, y generalmente tenemos poco que hacer para reducir las demandas o para aumentar nuestros recursos, el poder de reducir esa sensación desagradable provocada por el estrés está en gran parte en nosotros mismos y en cómo nosotros afrontamos y gestionamos emocionalmente la situación. Además contamos con lo más preciado del ser humano y que Carl Rogers llama tendencia actualizante, que viene a ser esa capacidad que cada uno tenemos dentro para superar las dificultades y llegar a desarrollar nuestro máximo potencial.

Recuerdo que en mi niñez guardábamos nuestra provisión de patatas para el invierno en el tano, varios pies debajo de una pequeña ventana. Las condiciones eran desfavorables, sin embargo de las patatas salían unos retoños que eran una especie de expresión desesperada de la tendencia direccional que he estado describiendo. Nunca llegarían a ser una planta, nunca realizarían su potencial real. Pero bajo las circunstancias más adversas, luchaban por llegar a ser” (Carl Rogers, 1902-87, El poder de la persona).