Entrada escrita por Teresa Escudero, médico pediatra, doula y coach emocional. Debido a que Teresa va poco a poco escribiendo sobre este tema de la crianza emocional: el cuidado de las emociones del bebe y de su madre y de su padre, he decidido añadir una categoría: CRIANZA EMOCIONAL, que estará dentro de la EDUCACIÓN EMOCIONAL: es su comienzo.  Me había resistido a incluirla por no pertenecer al ámbito de la escuela, sin embargo es un tema necesario, una base para comprender lo que viene después y tener una línea coherente de cuidado emocional. He incluido en la categoría todas las anteriores entradas de Teresa, así pueden ser fácilmente localizables en el blog.

Voy a hacer 2 entradas sobre el llanto en el bebe porque no he sido capaz de condensar lo que quería decir en el espacio de una sola entrada. La primera se va a centrar en ¿Por qué llora un bebé? La segunda va a ser sobre ¿Y cuándo llora, qué puedo hacer?.

“Es que llora por nada”, “es que es un llorón”, “tendrá hambre, claro, te empeñas en la teta, 17592529_sla teta, y así pasa”, “déjale llorar que se expanden los pulmones”…. Podría seguir con cientos, incluso miles de frases que abundan en la misma idea: Los bebés que lloran mucho son malos, lloran “sin motivo” y sólo para fastidiar o manipular a los padres.  A veces lloran porque tienen hambre, y entonces la solución es darles un biberón.

Esta idea absurda y sin ningún fundamento científico, se ha extendido como la pólvora, y en cientos de libros supuestamente serios y de supuestos expertos en neurología y educación, se abunda en ella para justificar métodos que sólo puedo calificar de tortura.

El llanto es el único medio de comunicación que posee el niño para expresar descontento, frustración, estrés, dolor, tristeza y, sí, también hambre (pero el llanto es una expresión tardía del hambre, si estamos atentos a otras señales, el niño nunca llegará a llorar por ese motivo). El llanto del niño se malinterpreta porque vivimos en una cultura adultocéntrica, fría y desconectada de los sentimientos más elementales, y aún más de las emociones y de las informaciones que nos aporta nuestro cuerpo.

Llevo catorce años trabajando como médico: Nunca en toda mi carrera he conocido a un padre o madre al que el llanto de su bebé no le desesperara. Nuestro cuerpo nos pide coger a ese niño, acunarle, ayudarle en ese llanto… Y a veces, la frustración de no poder, no saber cómo ayudarle, cómo consolarle, nos lleva a buscar soluciones extremas, irrespetuosas y absurdas, como el método de dejarle llorar con tiempos (método Ferber, Estivill, o como le queráis llamar), u otros similares.

No, en este artículo no hay fórmulas mágicas para que el niño “deje de llorar”. Sólo pretendo aportaros una visión diferente de las posibles causas del llanto y de cómo podemos acompañar cada uno de esos llantos. Algunas veces el acompañamiento calmará el llanto, otras no, y saber acompañar a nuestro hijo en ese momento también es fundamental.

¿Por qué llora un bebé?

Un bebé llora para COMUNICARSE. Estoy convencida de que para el bebé sería mucho más fácil podernos decir lo que le pasa, pero por desgracia nuestro cerebro es muy complejo, y el lenguaje aún más, así que la Naturaleza, sabia como es ella, ha programado un sistema de comunicación sencillo para los bebés, y también para los padres. Si el bebé está cómodo y contento duerme, gorjea, sonríe. Si el bebé está incómodo o triste, llora.

¿Por qué el llanto de un bebé es tan desagradable?

El llanto de un bebé SIEMPRE nos provoca una sensación de incomodidad, y así lo ha dispuesto la naturaleza, para asegurarse la supervivencia de ese bebé. Ante el llanto de un bebé todo adulto mínimamente sano (los psicópatas no, claro, pero estamos hablando de personas normales), siente el deseo de dejarlo todo y acudir a donde esté ese niño, para calmar el llanto. Este mecanismo ha asegurado la supervivencia del bebé durante siglos, en los albores de la humanidad las mamás australopitecus atendían el llanto de su bebé…  si un bebé se quedaba tumbado tranquilo, sin llorar, había muchas posibilidades de que se lo comiera un león, o cualquier gran carnívoro que hubiera en aquella época. Todos somos descendientes de llorones.